martes, 29 de noviembre de 2011

"No soy enfermo. Me han recluido. Me consideran un incapaz. Quiénes son mis jueces…
Quiénes responderán por mí.
Hice conducta de poesía. Pagué por todo.
Sentí de pronto que tenía que cambiar de vida. Alejarme del mundo. Y me aislé. Me fui de todos, aun de mí…
Hoy es la demencia un estado natural.
Todas las palabras son esenciales. Lo difícil es dar con ellas.
El delirio son instantes. Puede durar toda la vida.
Mi poesía es toda medida.
El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad."
(Jacobo Fijman, "Todo lo que uno recibe es pasión"
LA MUERTE DE UN POETA
En el mes de diciembre de 1970, un enfermero del hospital Borda, anuda en el dedo de un pie el rutinario epitafio de la muerte en el hospicio. Todo cabe en un cartel pequeño: "Jacobo Fijman, 72 años, muerto de edema pulmonar agudo". Así se daba de baja 28 años de internación de uno de los poetas más dignos de la literatura argentina. Tocaba el violín, instrumento que le ayudó a subsistir en los años anteriores a su internación definitiva, 1942, cuando fue preso de un triple destino de exclusión: pobreza, reclusión y olvido. "Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío", escribió en su primer libro "Molino Rojo" (1926), cuando todavía compartía la amistad con los integrantes del grupo Martín Fierro y viajaba a Europa con Oliverio Girondo. Su consecuencia con la palabra poética fue inalterable; no dejó de escribir aún en las condiciones menos favorables. La incorporación de otro lenguaje desarrollado en su obra plástica fue encarado con el mismo impulso. Pasión a dos vías: la palabra poética, en busca del conocimiento, modificando el mundo del sentido; el dibujo y la pintura, surgiendo en la tarea de desprendimiento y re-construcción de la primigenia de los sentidos. (Daniel Calmels, en El Cristo Rojo)
 
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